“El Arte es una necesidad primigenia del ser
humano. Tiene que ver con la verdad, que no es la representación exacta de
nuestra vida sino su esencia secreta. El territorio de la verdad es el de la
intuición profunda, la conciencia, el espíritu, el bien. Allí viven las
emociones, los sentimientos y todo lo que no se ajusta a la definición del
hombre como animal racional. Es el mismo territorio que ocupa el Arte, que
también trasciende por completo la animalidad y no coincide con las medidas de
lo racional ni de lo razonable.
A través del Arte se ilumina la verdad del ser
humano sin estar condicionada por lo preestablecido. Por eso, nos parece mágico
que una sinfonía de Beethoven o la Pirámide de Keops envíen mensajes
universales y nos conmuevan a todos. El Arte colma la capacidad simbólica del
hombre que reconoce en él la expresión de sus emociones más ocultas. Por eso es
una necesidad primigenia.
El Arte necesita un espectador, y solamente puede
serlo quien quiera asomarse a la verdad, quien esté educado para percibirla. Si
contemplamos las obras de arte desde la indiferencia de quien no ha educado su
sensibilidad, se convierten en simples cosas. Para quien no se deja permear por
su valor simbólico, un cuadro cuelga de una pared como podría colgar una
percha. Sin embargo, para quien sabe verla, una obra de arte es una historia. Y
los niños y jóvenes aprecian de corazón, con la sensibilidad intacta, cualquier
acercamiento al Arte.
¿Hay lugar para la educación en un museo? No solo
la hay sino que la existencia de un museo se fundamenta en su programa
educativo. A corto plazo, puede pensarse en llenar las salas de turistas, pero
solo con la educación un museo puede seguir siendo un tesoro vivo, solo así
tendrá razón de ser mañana. Literalmente, mañana.”
Nota: extracto de artículo de INED21 escrito por Carmen
Guaitia
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